sábado, 17 de abril de 2010

EL HOMBRE A CONCIENCIA

DeLillo, Don. Point Omega. New York: Scribner, 2010, 117 pp.

La postmodernidad como agotamiento, no importa de qué, como ese agotamiento que no es decadencia, llegada al ocaso de ser con una cornucopia de sabiduría teñida de los tonos de la decepción y el mañana sin mañana, una suerte de ironía que ya no quiere, que ya no puede ser estilo hiriente sino pintoresco trámite sin originalidad, sin que se sucedan las preguntas sobre el origen y que acumula, hacia el entumecimiento con-sentido, sinceras perplejidades y perogrulladas sobre el fundamento del fundamento hasta la náusea. La postmodernidad como agotamiento o copia, y, por lo tanto, el hombre como clon que resuena vacío, eco de sí mismo y el sí mismo nada; y, entonces, la conciencia como fábrica de falsificaciones, ni siquiera de ficciones: falsificaciones a conciencia que evidencian ese ser menos que nada de todo lo que es.

Y así es como se encuentra el hombre, así es como DeLillo encuentra al hombre hoy en día, en este día postmoderno, día sin mitos que arrastra cadáveres, el de la muerte del mito, el de la muerte de la muerte del mito: no sólo hemos matado a Dios, mito por antonomasia, sino que además no dejamos lugar a una destrucción absoluta, a una desaparición en una nada que además de anonadar reduzca a un no acontecer puro, previo al origen: el hombre se limita a arrastrarse, dejando su rastro de incapacidad para el todo y sus partes, por las orillas de aquel mar del Rastro de Gómez de la Serna: náufragos que viven de los restos de sus propios naufragios.

El hombre que DeLillo se encuentra está ante una pantalla como ante el desierto: intenta ahondar en la superficie, en la superficie como límite, y no hay nada más superficial en lo que poder ahondar, ahondarse, abismarse, anonadarse; no hay límite más frágil y menos poroso, no hay umbral más enigmáticamente evidente que la conciencia. Desde el cogito de Descartes al Murphy de Becket, pasando por la conciencia trascendental de Kant, la modernidad había querido hacer de la conciencia el espacio habitable del hombre: la cuestión no era el ser, ni siquiera la posibilidad del ser o de ser, sino el posible ser hospitalario. El hombre se había empeñado en ponerse por delante, por doquier, y abochornado por su inane prepotencia, se borraba de inmediato para dejar lugar a lo trascendente disfrazado de inmanente. De ahí la pirueta monadológica de Husserl, de ahí la huida a claros y selvas de Heidegger.

De ahí que un hombre llegue a decir: “[…] Do we have to be human forever? Consciousness is exhausted. Back now to inorganic matter. That is what we want. We want to be stones in a field” (p. 53). Este hombre está ante el desierto, pero no en el desierto: parece que el hombre jamás puede llegar a estar en el desierto:
“[…] The man totally physically hates to be alone”.
“Hates to be alone but also comes here because there’s nothing here, no one here. Other people are conflict, he says” (p. 41).

El cansancio es mayúsculo, sin consuelo: sin el suelo de un lugar habitable, ni dentro, en la conciencia, ni fuera, entre hombres, el desierto no deja de ser una imagen del desierto en la conciencia. El hombre postmoderno parece un eslabón inútil entre el orgulloso fracasado moderno y algo desconocido que aterra más que un übermensch henchido de verdad: todo en él es supernumerario, el “post” y el “moderno”; todo en él es cordón umbilical que asfixia pero al que uno se agarra para no salir ahí fuera, pues lo exterior ya no existe o es una promesa pero no de ser: “Light and sound, wordless monotone, an intimation of life-beyond, world-beyond, the strange bright fact that breathes and eats out there, the thing that’s not the movies” (p. 15). No existe el mundo mas que como promesa, y no hay otro lugar que la promesa, en la que ya no se cree por no ser ser-inmediato, pues la conciencia, agotada, no se exige a sí misma, sino que reclama su abolición por vía de superación, pero hacia dónde:
“[…] That’s what’s out there. The Pleistocene desert, the rule of extinction”.
“Consciousness accumulates. It begins to reflect upon itself. Something about this feels almost mathematical to me. There’s almost some law of mathematics or physics that we haven’t quite hit upon, where the mind transcends all direction inward. The omega point”, he said. “Whatever the intend meaning of this term, if it has a meaning, if it’s not a case of language that’s struggling toward some idea outside our experience”.
“What idea?”
“What idea. Paroxysm. Either a sublime transformation of mind and soul or some worldly convulsion. We want it to happen” (p. 72).

El hombre está, pero ya no se encuentra, delante de imágenes planas que sustituyen tanto al mundo como a la conciencia: son síntesis y correlato de su extinción. Desierto y película. La película que avanza demasiado despacio para no poner en evidencia su ser ficticio: la película como conciencia de la conciencia y esta conciencia como conciencia de ser-nada. El hombre quiere desaparecer ahí para ser más-otro: “The man separates himself from the wall and waits to be assimilated, pore by pore, to dissolve into the figure of Norman Bates” (p. 116). Más perdido que nunca, más lejos que nunca de la hospitalidad, “He wanted the film to move even more slowly, requiring deeper involvement of eye and mind, always that, the thing he sees tunneling into the blood, into dense sensation, sharing consciousness with him” (p. 115). De aquella conciencia creativa, creadora incluso del espacio y del tiempo, resta el hombre sin espacio ni tiempo: “Real time is meaningless. The phrase is meaningless. There’s no such thing” (p. 115). La película, copia de película, revela la naturaleza de la naturaleza: “He began to think of one thing’s relationship to another. This film had the same relationship to the original movie that the original movie had to real lived experience. This was the departure from the departure. The original move was fiction, this was real” (p. 13).

Liberados, por inútiles, de la esclavitud del ser, no saben qué hacer con esa libertad y se aferran a ese ser que ya no se impone: ahora, el ser tachado es el ser tachado: los libres son esclavos libremente: el ser es. Por lo tanto, todos los fracasos de la conciencia y de la relación entre conciencias han de ser reflejos de un fracaso mayor. Si el ser es, entonces el no ser es imposible; entonces ni siquiera la guerra destruye; por lo tanto, la guerra es otra formación estética, algo que reproducir en una superficie, algo con lo que seguir, en resumen, falsificando: “[…] I wanted a haiku war, he said. I wanted a war in three lines […] What I wanted was a set of ideas linked to transient things. This is the soul of haiku. Bare everything to plain sight. See what’s there. Things in war are transient. See what’s there and then be prepared to watch it disappear” (p. 29).

Ya no queda nada para este hombre: ni la vida, ni la muerte, ni el ser, ni la destrucción, ni el mundo, ni la conciencia. No han crecido los desiertos: es la era del desierto global, la era del nihilismo que ya no sabe el significado de la palabra, que se desconoce y en ese desconocimiento, cargado de arrogancia, se dice ni conmigo ni sin mí, ni contigo ni sin ti. Sin física, sin monadología, sin fenomenología ni hermenéutica, con una realidad irreal y una conciencia inhóspita, tan sólo clama en el desierto, a este lado de las pantallas, la víctima: “[…] Someone who truly listens” (p. 48). La ciudad de DeLillo se ha construido para medir el tiempo, un tiempo caduco, humano, un tiempo que no existe, luego la ciudad no existe, y no existe porque no hay nada humano: “[…] and New York City, this too, where people do not ask” (p. 37). Se ha agotado el ser que es y se culpa a la conciencia que lo creó y que se ha hundido con él. Sin el ser que será, el hombre no camina en círculo, no camina hacia el abismo: no camina.

Si Dios no existe, todo vale; o nada vale; si el mito ha muerto, todo da igual, todo es lo mismo: no hay realidad, sino copias de copias; no hay diferencia entre el tiempo y la ciudad, entre la ciudad y el cine, entre tú y el personaje, y, así, ¿por qué no ser otro si no se es uno? La relación intra-monádica es tan inaccesible como la relación inter-monádica: no un saber(se) infinitesimal, no una distancia infinita: la ignorancia como fundamento, como lo profundo, como hospitalidad: “[…] You understand it’s not a matter of strategy. I’m not talking about secrets or deceptions. I’m talking about being yourself. If you reveal everything, bare every feeling, ask for understanding, you lose something crucial to your sense of yourself. You need to know things the others don’t know. It’s what no one knows about you that allows you to know yourself” (p. 54). Después de la seriedad en veinticuatro horas viene la chanza de igual valor en veinticuatro segundos: de lo espiritual en el arte pasamos a las artimañas que se denuncian artefactos y en ese denunciarse se dan entidad.

(Fragmento de 24 Hour Psycho, de Douglas Gordon. Fuente: Youtube)


(Fuente: Youtube)

El paradigma del ser ya no es habitable; sólo se piensa a conciencia con el ser como valor de una variable; por lo tanto, la inconsciencia. Por lo tanto, el agotamiento. Después del Conócete a ti mismo, después de Llega a ser quien eres, impera la incapacidad de ser y decir como argumento para defender la imposibilidad de ser y decir. Después del David viene la Piedad Rondanini. Después de los esfuerzos, viene el cansancio; y después del cansancio viene lo que siempre había:
“[…] Look at him, frail and beaten. Look at him, inconsolably human” (p. 96).

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