sábado, 21 de agosto de 2010

QUÉ ES SER EDITOR

WOLFF, Kurt: Autores, libros, aventuras. Observaciones y recuerdos de un editor, seguidos de la correspondencia del autor con Franz Kafka. Madrid: Acantilado, 2010. (Traducción de Isabel García Adánez).

[Sello de la editorial Kurt Wolff]
Wolff: Grande. Esbelto. Rubio. Vestido con un traje gris inglés. Elegante. Cabello suave. Completamente rasurado. Rostro juvenil. Ojos gris azulado, capaces de adoptar una expresión dura”. Así describe Robert Musil a Kurt Wolff en su diario a principios de enero de 1914 tras la visita que le hizo en Leipzig. (MUSIL, Robert: Diarios. Madrid: DeBolsillo, 2009, p. 424).

A veces resulta inevitable dejarse llevar por cierto triste cinismo y preguntarse si realmente existieron hombres (y editores) como Kurt Wolff; y este cinismo se vuelve todavía más triste cuando inevitablemente se responde que sí para acto seguido hacer la verdadera pregunta: ¿Existen ahora? El cínico se hace preguntas retóricas para dar la tristeza por respuesta.

El primer tercio del siglo XX tuvo en Centroeuropa algo más que un escenario bélico y la marmita en la que se cocinó el mundo de hoy: fue el crisol en el que se fundieron artes y personas de una valía como no se conocía, quizás y exagerando, desde el Renacimiento.

Kurt Wolff, según sus palabras, sólo tuvo un objetivo: editar con calidad obras de calidad. Esto parece una perogrullada, cuando no una tontería, pero si alguno de ustedes ha tenido la ocasión de tratar con editores, sabrán que lo que pretendía (y realizó) Kurt Wolff es tan raro como un perro verde. En primer lugar, llama la atención el trato educadísimo y afectuoso que mantenía con los autores. En segundo lugar, y como se ve en el caso de Kafka, realmente era cierto que no apostaba por el éxito crematístico inmediato. A este respecto, son realmente emocionantes las palabras que le dirige el 3 de noviembre de 1921: “No debe usted tomar los éxitos externos que alcancemos con sus libros como baremo para medir el trabajo que dedicamos a su distribución. Usted y yo sabemos que, por lo general, son precisamente las cosas mejores y más valiosas las que no encuentran eco de inmediato” (p. 196).


En este precioso volumen, el editor recuerda y da su visión, imprescindible por haber sido testigo, arte y parte de su tiempo, de los dadaístas, el Expresionismo, la polémica Kraus-Werfel, o la opinión que de las primeras obras publicadas de Kafka expresó Robert Musil (véase Die neue Rundschau, tomo 2, agosto, 1914, pp. 1169-1170). De manera ágil y no exenta de ironía nos ofrece impagables semblanzas de autores como Karl Kraus y Franz Kafka. Nos viene de inmediato a la mente, por supuesto, las que Stefan Zweig escribió, entre otros, de Weininger y Rilke (ZWEIG, Stefan: El legado de Europa. Madrid: Acantilado, 2003. [“Sin prestar atención a un hombre discreto: Otto Weininger”, pp. 239-242; “Rainer Maria Rilke”, pp. 261-267]). La dedicada a Kafka ya habíamos podido leerla (más extensa, traducida por Berta Vias Mahou) en KOCH, Hans-Gerd (ed.): Cuando Kafka vino hacia mí… (“El autor Franz Kafka”, Kurt Wolff, pp. 112-120). Madrid: Acantilado, 2009.

[Kurt Wolff y Karl Kraus]

Del máximo interés resulta la correspondencia entre Kafka y la editorial Kurt Wolff (muchas cartas iban dirigidas a la editorial, a Ernst Rowohlt y a G. H. Meyer) porque si bien no resulta complicado acceder a las cartas de Kafka, no es tan frecuente leer las que le dirigían a él. Así, gracias a que aquí contamos con todo el material, podemos ver que sí hubo quien creía en la obra del escritor y estaba dispuesto a apostar por él más allá de los beneficios económicos. Esto nos invita a imaginar que de haber vivido Kafka muchos más años, habría podido contemplar aunque fuese el comienzo del auténtico destino de su obra.

[Postal de Franz Kafka a Kurt Wolff. 11-XI-1918]

En algunas de estas cartas, Kafka quintaesencia su vida y su obra. “Recientemente me comunicaba Vd. que Ottomark Starke dibujará una portada para la Verwandlung […] que tal vez podría querer dibujar el insecto en cuestión. ¡Eso de ninguna manera, por favor! […] El insecto en sí no puede ser dibujado. Ahora bien, ni siquiera puede mostrarse desde cierta distancia” (pp. 172-3). “Ahora tan sólo me queda esperar a que me sean dados los únicos remedios que tal vez podrían servirme de alguna ayuda: algún pequeño viaje y mucha tranquilidad y libertad” (p. 174). “Si estuviera Vd. de acuerdo conmigo, le rogaría que se publicara en primer lugar Das Urteil, por la cual siento mayor aprecio que por las demás […] por la que siento un aprecio especial, es una obra muy pequeña, pero también es más poema que narración” (p. 175). “[…] acusé el recibo de la liquidación […] y comuniqué que deseaba transferir la cantidad, unos noventa y cinco marcos, a la Srta. Felice Bauer” (p. 179). “[…] por el momento no me importa en absoluto la cuestión de los ingresos. Esto último, sin duda, ha de cambiar por completo después de la guerra. Voy a dimitir de mi puesto (esta dimisión de mi puesto es, en general, la mayor esperanza que tengo), me casaré y me marcharé de Praga, tal vez a Berlín […] para mí o para el funcionario que reside en lo más hondo de mi ser, lo cual es lo mismo” (p. 181). “Estoy sufriendo un repentino brote de la enfermedad que me provoca dolores de cabeza e insomnio. Aunque esta enfermedad es casi un alivio. Me marcho al campo para una temporada larga, es más: me veo obligado a marcharme” (p. 185). “En fin, en el fondo no necesito ni un sanatorio ni un tratamiento médico, todo lo contrario, ambas cosas me hacen más mal que bien, sino únicamente sol, luz, aire, campo, comida vegetariana” (p. 193). “[…] y como es mi cabeza la que dirige mi enfermedad pulmonar […]” (p. 195).

[Postal de Franz Kafka a Kurt Wolff. 11-XI-1918]

Por lo demás y por desgracia, como casi siempre, tenemos que lamentar errores de edición. Por ejemplo: “se tocaba en casa mis padres” (p. 131); en el antepenúltimo renglón de la página 138 se abre un paréntesis que no se cierra; “Haciendo maletas hasta a 1:30” (p. 140); “Der plötzliche Spaziergang” (p. 161). Aunque tal vez lo que más llame la atención es la nueva costumbre de traducir Die Verwandlung por La transformación (p. 165), cuando poco antes, en la página 150, se conserva el título tradicional, La metamorfosis.

lunes, 9 de agosto de 2010

NIETZSCHE. CORRESPONDENCIA. VOLUMEN IV

NIETZSCHE, Friedrich: Correspondencia. Volumen IV (enero 1880 – diciembre 1884). Madrid: Trotta, 2010. (Traducción, introducción, notas y apéndices de Marco Parmeggiani).


[Nietzsche en 1882]




De 1880 a 1885, años que abarca el presente volumen, Nietzsche sufrirá experiencias dolorosas y desarrollará ideas de una transcendencia que lo marcarán y lo definirán para hacer de él el hombre y el filósofo que definitivamente llegó a ser. Como siempre en su caso (y tal vez en todos los casos, en todos los hombres y sus pensamientos), vida y obra se enredan de manera inextricable y se influyen mutuamente en una bio-grafía que no puede entenderse sino como la mera y compleja existencia de quien creando se crea y viceversa.

La enfermedad, el sufrimiento físico ya ha ganado todo el terreno posible y se ha convertido en la vida, en el hábitat interior y exterior que determina todo movimiento e idea. Por una parte, la búsqueda del ambiente ideal para que los dolores no sean atroces hace que Nietzsche emprenda un peregrinaje incesante que, a su vez, repercute negativamente en su salud, pues cada viaje le acarrea recurrentes empeoramientos. Por otra parte, el sufrimiento, junto con sus secuaces, el agotamiento y la melancolía, sólo puede ser entendido como motivo para la autosuperación, es decir, como clave hermenéutica para resistir e ir más allá de uno mismo. Si bien Nietzsche se aferra al “Yo no importo”, este no importar tiene por fundamento el no salirse de sí mismo: el hombre es la posibilidad de sí mismo como hombre-posible. De ahí el Übermensch y la voluntad de poder como poder-poderío y poder-posibilidad. De ahí, también, que el solitario sólo envidie de Epicuro su jardín y sus discípulos (p. 404).

Sin la experiencia “Lou”, sin la traición de Rée *, sin el ninguneo de sus conocidos hacia su obra, sin la enemistad con su familia, Nietzsche, asombrado al verse crear, no habría podido contemplar el móvil de toda existencia que no es inercia: una tarea a la que servir y de la que servirse para seguir siendo y llegar a ser. La profundidad, fuerza, bondad y coherencia de los sentimientos de Nietzsche se ponen a prueba cuando por primera vez en su vida tiene que vérselas con la necesidad de superar las heridas sin “caer” en el perdón ni en la compasión: el objetivo es convertir toda experiencia en un experimento que se valora por su generoso darse a la tarea superior, esa es la prueba de que uno ha transvalorado la axiología dogmática e inútil que había acríticamente heredado y de la que el hombre es víctima inocente y culpable.


[Lou Salomé, Paul Rée y Friedrich Nietzsche. 1882]


Esa monita enjuta, sucia y maloliente con sus falsos pechos […] En Leipzig no se refería a él [Paul Rée] de otra manera que “caquita” [Borrador de carta dirigida a George Rée y escrita a mediados de julio de 1883; p. 378].

Son los años del Zaratustra. Son los años en los que el hombre comienza a temer por su salud mental y el filósofo no sale de su asombro y empieza una tarea hermenéutica con su propia obra sin precedentes en la historia del pensamiento: Nietzsche se relee para intentar comprender qué (se) dice en lo que ha escrito. Con ayuda de su amigo Köselitz, llega a entender que apenas él mismo puede abarcar todo lo que ha puesto sobre el papel: el futuro estaba presente en el pasado y desde el principio el origen venía preñado de lo que habría de venir: Nietzsche es el propio devenir, la constante de su obra. Una obra que por fin se eleva a las alturas de la mística y del futuro de la humanidad: la idea del eterno retorno. Resulta estremecedor contemplar la soledad que le acarrea la incomprensión de los otros y cómo, casi en un delirio profético que tenía que verse como locura, Nietzsche juzga y predice a partir de y sobre su obra con escalofriante lucidez.

Por ahora no podremos seguir disfrutando de la lectura de las cartas de Nietzsche. Suponemos que en los próximos dos años saldrán al mercado los volúmenes que faltan. Hay que armarse de paciencia. Esta cuarta entrega corre a cargo de Marco Parmeggiani, quien ya lo había hecho con el segundo volumen, y, de nuevo, lo hace con grandísimo acierto. No hay más que ver, por ejemplo, la traducción que realiza de los poemas de Nietzsche. Obsérvese, sin querer abundar demasiado, su versión de Al mistral, pp. 502-4, y de Añoranza del solitario, pp. 507-9, y compárese con lo que se puede leer en NIETZSCHE, Friedrich: Poemas. Madrid: Hiperión, 1987. (Traducción de Txaro Santoro y Virginia Careaga); NIETZSCHE, Friedrich: Poesía completa. Madrid: Trotta, 1998. (Traducción de Laureano Pérez Latorre); NIETZSCHE, Friedrich: La Gaya Ciencia. Madrid: Akal, 1988. (Traducción de Charo Greco y Ger Groot. Para los versos, según la versión de Pablo Simon, Buenos Aires, 1970); NIETZSCHE, Friedrich: Más allá del bien y del mal. Madrid: Alianza Editorial, 1997. (Traducción de Andrés Sánchez Pascual). La importancia de la poesía al final de este período se puede calibrar consultando NIETZSCHE, Friedrich: Fragmentos Póstumos (1882-1885). Volumen III. Madrid: Tecnos, 2010.

Precisamente porque el buen hacer de Marco Parmeggiani no merece más que elogios, molesta bastante encontrarse con descuidos de edición: “en cincos puntos”, p. 144; “Asi que”, p. 415; con errores lingüísticos: “y vientos más fríos nos asolan”, p. 89; “yo, que durante mucho tiempo, he sido ajeno a la vida práctica, en 49”, p. 392; “quien atestiguaría como Paneth le había hablado mucho de Nietzsche”, p. 606; y, sobre todo, con bestialidades: “dió”, pp. 203 y 553.

Tampoco podemos pasar por alto cierta descoordinación, por llamarla de alguna manera, en la elaboración de la obra completa: los lectores agradeceríamos que todos los que participan en un proyecto de estas características o bien posean los mismos conocimientos o bien se consulten entre sí. Me refiero a lo siguiente: En el volumen III, p. 430, nota 620, Andrés Rubio nos dice que Nietzsche consideró como una “ofensa mortal” el hecho de que Wagner le hubiese comentado al doctor Eiser que la enfermedad del filósofo lo más probable es que se debiese a la práctica de conductas sexuales “anormales”; y Andrés Rubio añade, entre paréntesis, “léase onanismo”. Y, entre otros, cita como fuente autorizada y autoritaria a Curt Paul Janz. Esta versión de los hechos la podemos encontrar, también, en PÉREZ MASEDA, Eduardo: Música como idea, música como destino: Wagner – Nietzsche. Madrid: Tecnos, 1993, pp. 341-2; en SAFRANSKI, Rüdiger: Nietzsche. Barcelona: Tusquets, 2001, p. 265; y en ROSS, Werner: Nietzsche. Barcelona: Paidós, 1994, pp. 531-3. Pues bien, en el volumen que ahora nos ocupa, Parmeggiani nos revela, en la página 556, nota 981, que no hay que confundir la “ofensa mortal” con las “infamias”: estas últimas serían las hipótesis por parte de Wagner sobre el origen de la enfermedad de Nietzsche, y la primera no sería otra que la causada por la conversión de Wagner al cristianismo. La carta que aclara este malentendido es la que Nietzsche le envía, el 21 de febrero de 1883, a Malwida von Meysenburg (carta número 382, pp. 324-5). Según Parmeggiani, esto se sabe a ciencia cierta desde que Montinari lo demostrase con una de sus publicaciones en 1981.

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NOTAS

* Léase el imprescindible NIETZSCHE, F., Salomé, v. L., Rée, P: Documentos de un encuentro. Barcelona: Laertes, 1982. Para conocer la visión “filosófica” que Lou Salomé tenía de Nietzsche, léase ANDREAS-SALOMÉ, Lou: Nietzsche. Madrid: Zero, 1986. Para una crítica sabia y demoledora de esta obra, así como de la naturaleza humana e intelectual de Lou Salomé, véase ZAMBRANO, María: “Lou Andreas Salomé: Nietzsche”, en su Hacia un saber sobre el alma. Madrid: Alianza Editorial, 2008, pp. 183-6.

** En este mismo blog pueden leer los textos sobre los tres primeros volúmenes de la correspondencia de Nietzsche publicada por Trotta.

martes, 3 de agosto de 2010

NIETZSCHE. CORRESPONDENCIA. VOLUMEN III

NIETZSCHE, Friedrich: Correspondencia. Volumen III (enero 1875 – diciembre 1879). Madrid: Trotta, 2009. (Traducción, introducción, notas y apéndices de Andrés Rubio).


[Nietzsche alrededor de 1875]

Los cinco años que abarca este volumen nos traen a un Nietzsche que inaugura su madurez personal e intelectual, madurez que está inextricablemente ligada a tres sucesos esenciales que determinan su devenir presente y futuro.

En primer lugar, supera la filosofía de Schopenhauer. Cuando escribe Schopenhauer como educador, Nietzsche ya había dejado atrás el contenido dogmático y se había quedado con el hombre. Esta es una constante de este período (que terminará con la escritura de La gaya ciencia) y que se caracteriza por la progresiva eliminación de elementos “negativos”.

En segundo lugar, se distancia de Wagner. Dicho con recta precisión, se distancia no del hombre, sino de Wagner como wagneriano, de su música en concreto y en general de su estética. Tenía que suceder. Tan sólo la bondadosa y generosa naturaleza de Nietzsche podía transformar, todavía, la relación con Wagner (y compañía) en un resto de respeto y admiración.

Y, en tercer lugar, la enfermedad se apodera de Nietzsche, le atenaza los ojos, el estómago y lo aplasta con persistentes y terribles dolores de cabeza hasta el punto de verse obligado a renunciar a su plaza como profesor universitario en Basilea. Sabemos que este es el comienzo de sus años vagabundos y aún más solitarios. Sabemos, también, que esto coincide con lo que lo convertirá en lo que fue, en lo que es: Nietzsche, el filósofo.

No deja de sorprenderse a sí mismo como filósofo. Ha pasado de admirar a los sabios, a sentir en su fuero interno, con absoluta certeza, con la lucidez de quien tiene una meta y una misión, que la tarea filológica de desenterrar cadáveres para comprender su funcionamiento ya no es para él: Nietzsche comienza a pensar por sí mismo y todo lo extrae de sí mismo. A este período pertenece la obra, con sus dos apéndices, Humano, demasiado humano.

Por lo demás, esta nueva conciencia de su destino convive junto a las viejas y constantes cuitas para compaginar soledad y amistad de forma completamente supeditada a las condiciones de vida que su enfermedad le impone para no morir en el simple intento de estar vivo. Las cartas son, en este sentido, más reveladoras que cualquier biografía (por ejemplo, ni la magnífica de Curt Paul Janz, en Alianza Editorial; ni la de Werner Ross, Barcelona: Paidós, 1994; ni la de Rüdiger Safranski, Barcelona: Tusquets, 2001): vemos a un Nietzsche sufriente, compasivo, cariñoso, necesitado de afecto, muy ligado a su madre y a su hermana y a su propia infancia, paciente, generoso, autocrítico, benevolente. Un Nietzsche que lleva el corazón limpio y va con él por delante.

A este respecto, no sabemos si sorprende más presenciar cómo algunos de sus contemporáneos no llegaron a hacerse una idea de con quién estaban tratando, o cómo otros permanecieron fieles a su amigo demostrando una fraternidad a prueba de vicisitudes. En cualquier caso, uno no puede dejar de imaginar cómo era Nietzsche teniendo en cuenta los amigos con los que contaba: Overbeck, Rhode, Köselitz, Marie Baumgartner… Para alcanzar esta adhesión no hace falta inteligencia y filosofía, sino humanidad.

Es también en este período cuando Nietzsche, al menos durante unos años, muestra, por primera vez, sus deseos de contraer matrimonio. Ahí está, por ejemplo, la relación “especial” con Louise Ott o la declaración que le hizo a Mathilde Trampedach.

[Mathilde Trampedach]

Pero esta pretensión parece más bien alimentada por las circunstancias de algunos de sus amigos y por el frecuente contacto con Malwida von Meysenbug. De todas formas, en cuanto la enfermedad arrecia y la conciencia de su misión filosófica (es decir, individual) se vuelve más y más clara, Nietzsche no deja de confesar que el matrimonio cae, con toda probabilidad, muy lejos de su esfera vital.

De sumo interés son las palabras en las que explicita y explica el origen de su estilo aforístico. “Ahora me espanto muy a menudo especialmente cuando leo los pasajes más largos, a causa de los malos recuerdos. Exceptuando algunas líneas, todo ha sido pensado y esbozado a lápiz en 6 pequeños cuadernos, mientras caminaba: la transcripción me costaba ponerme malo casi todas las veces. He tenido que abandonar unas 20 cadenas más largas de pensamientos, desgraciadamente muy importantes, porque no encontraba nunca tiempo para extraerlas de los espantosos garabatos a lápiz […] Después olvido la conexión de los pensamientos entre sí” (p. 384; carta del 5 de octubre de 1879 dirigida a Heinrich Köselitz); “En este escrito es tan frecuente el riesgo de malentendidos; la brevedad, el maldito estilo telegráfico al que me obligan cabeza y ojos, es la causa” (p. 393; tarjeta postal del 5 de noviembre de 1879 a Köselitz). En cualquier caso, no hay que olvidar que Nietzsche hizo de la necesidad virtud y que elevó el estilo aforístico a cumbres por ahora inalcanzadas. (“Yo ya sé de un buen número de sentencias que, por ejemplo un La Rochefoucauld, a buen seguro envidiaría”, afirmaba otro sabio, Jacob Burckhardt; p. 442).

En cuanto a la edición de este volumen, tenemos que lamentar que no la encontramos a la altura del segundo. Por desgracia, en muchos aspectos parecemos haber regresado al descuido del primero. Por ejemplo, leemos: “que anteriormente con seguridad” (p. 152); “en la p. 96 o 98” (p. 158); “que su obra” (p. 235), por “que tu obra”; “los druídas” (p. 241); en la página 400 lo siguiente tendría que aparecer en cursiva y con un tamaño de letra menor: “Respuesta a una carta no conservada de Franz Overbeck”. Tampoco convence que en el lugar de El gay saber, título que tradicionalmente se ha venido usando en lengua castellana, el traductor se decante, sin justificarlo, por La ciencia alegre (p. 444 et passim). Y aunque se tengan en cuenta el conocimiento y habilidad de Andrés Rubio como traductor, no parece disculpable que a la hora de distribuir los signos de puntuación se cometan dislates como los que se pueden padecer, por ejemplo, en las páginas 57, 60, 73, 94, 146 y 241 (valga esta muestra: “Aún lamento profundamente, que la estancia por aquí haya estado llena de calamidades”), como si careciésemos de manuales de gramática y del ejemplo de Sánchez Pascual y Santiago Guervós.