sábado, 18 de febrero de 2012

¡Libros, vendo libros, chorizos, tuercas, palomitas!


Mi relación con los libros es asquerosa: no permito que nadie les quite el polvo (y en algunos casos el polvazo) que tienen. Qué quieren, estoy convencido por pura pereza (y por contemplación de los pordioseros y por experiencia propia el día que no me ducho) de que la suciedad aísla y, por lo tanto, conserva. Algo parecido le dijo un bibliófilo amigo a Jünger. (Esto, por supuesto, lo añado para secundar mi estupidez con algo de inteligencia, pues al fin y al cabo por los dos caminos se llega a la misma fosa – séptica).


[Quédense con este mozo (tampoco es tan difícil…), Christian Bale. Les demostraré que es pura Literatura][1]

Así pues, los libros, si no es para leerlos (y lo de releer es un mito, se lo aseguro, idéntico al de la existencia de la inteligencia artificial y, por extensión, la vida inteligente en la Tierra), mejor ni rozarlos. Y esto es así porque poseen la fatídica y fastidiosa cualidad especular de delatar a quien los manipula. De hecho, padezco la certeza de que todos los que tratan con libros se convierten (los pocos, si alguno, que aún no lo eran) en idiotas de tomo y lomo.

En efecto, no hay como tratar a un manoseador de libros para tropezar con una acémila libresca (que ya quisieran literaria, ya). De los editores no voy a decir nada – no voy a decir nada más que todo lo que ya he dicho de ellos, y esto aunque jamás he conocido a un editor, es decir, a alguien que no se limita a ir de su ordenador a la imprenta, de la imprenta al escaparate y del escaparate a la caja registradora. De los lectores no voy a decir nada – por educación, temor y temblor. Así que dedicaré unas palabras a mis amigos ¿los periodistas? No. ¿Los reseñadores? No, no. ¿Los cinéfilos? Que no… A los tenderos.

Y seré breve, porque lo malo, si breve, molesta menos. Recuerdo (ya ven que soy viejo) que era una hermosa mañana hasta que dejó de serlo. Y no dejó de serlo porque hubiese entrado en una librería, que lo hice. Y no dejó de serlo porque me hubiese acercado a la vendedora (que lo hice, y en haciéndolo todavía se me alegró más el día). Dejó de ser un buen día cuando pregunté:

-¿Tienen Bouvard y Pécuchet?


[Bouvard y Pécuchet, ¡¡¡¡¡LA PELÍCULA!!!!!]

Y la sedosa tratante de palabras me respondió:

-¿Es una novedad?

Por supuesto, se lo perdoné, porque me dio la oportunidad de seguir mirándola embobado. Pero la mañana dejó de ser hermosa.


[Ejemplo gráfico de librera a la que le perdonas no saber que Flaubert murió en 1880][2]

También he de recordar la mañana (y con esto no quiero presumir de madrugador: lo más probable es que fuese al mediodía) en la que pregunté a mi librero de cabecera:

-¿Tenéis el Corpus Hermeticum?

Y él, todo lo serio que se puede ser detrás de un mostrador, me escupió:

-Será “hermenéutico”…

Pero nada de todo esto llega a algo comparado con la parasitaria simbiosis internáutica (originaria de la caverna más profunda, quizás de Atapuerca, entre un tonto y un malo, vínculo inextricable hasta que el planeta se deshaga) de lector fisiológico, periodista, cinéfilo, reseñador y traficante de artefactos.

Sucede que estoy suscrito, vía correo electrónico, a las novedades de algunas editoriales. Y no hace mucho abrí el correo y vi esta cosa:


Ojo al dato: “La novela en la que se basa la película de Zhang Yimou protagonizada por Christian Bale”. Repito el reclamo: “La novela en la que se basa la película de Zhang Yimou protagonizada por Christian Bale”.

Y yo, que aunque viejo me temo que soy un niño (“Boys will be boys”), me asombro, quedo anonadado, me aterro – y voy a la página de la editorial.

Pero es para ir de mal en peor…


Imagino que a buen entendedor, menos libros.



[1] Fotografía tomada, vía Google, de http://www.loscuentosdelfaraon.com/agreden-a-christian-bale-en-china/. Por si las denuncias...
[2] Y esta imagen, también vía Google, sale, como por arte de magia y gracia, de esta página: http://www.nerve.com/scanner/2010/04/19/survey-eight-percent-of-librarians-have-had-sex-in-an-elevator. Por si las denuncias – siempre, aunque sean publicidad, de mal gusto.

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