miércoles, 9 de mayo de 2012

Et in Arcadia ego. Sobre el miedo cerval a la bestia y a las bestias



[Et in Arcadia ego. Poussin]

De casualidad leo uno tras otro tres libros que así, unidos por el azar, parecen dialogar entre sí – para coincidir y para disentir – sobre un mismo tema: el miedo y la bestia.

En My Idea of Fun[1] (1993), Will Self se vale de una versión un tanto peculiar del mito de Fausto y Mefisto, y utiliza una visión absolutamente falsa y (quizás por eso) popular del inmoralismo (pseudo)niezscheano para hacer crítica social y, a saber, tal vez incluso cósmica. Yo, por mi parte, no entiendo todas estas tonterías, que considero innecesarias y que, en este caso, además ponen en peligro la lectura a pesar del humor de Self y de su congénita habilidad (sin duda herencia de Sterne, Fielding, Swift y Joyce) para hacer de la Literatura un constante juego creativo de y con el lenguaje.


¿A qué llamo tonterías? Aunque suene paradójico, llamo tontería en Literatura, en cuanto que ficción, a toda falsedad y mentira. Porque si la obra creada ha de ser necesaria, ¿qué necesidad hay de lo que ni es ni puede ser? En este sentido, no tiene sentido jugar con el binomio Fausto-Mefisto para poner en escena un Fausto (Ian Wharton) definido más por sus incapacidades que por sus posibilidades, y a un Mefisto (The Fat Controller) más bien ridículo. Esto no tiene nada que ver con el famoso mito, y si lo que quiere Self es hablar de la perenne relación entre tontos y malos, podría haber evitado esta estrategia.

La otra tontería tiene que ver con Nietzsche. Nada, es imposible: al hombre no lo dejan en paz. The Fat Controller, con sus superpoderes y su inmoralismo, se larga un pequeño discurso que es la versión temible (y estúpida) del “más allá del bien y del mal” de Nietzsche. Según esta versión del inmoralismo, uno puede crear y destruir a discreción mientras le sea materialmente posible.

Estamos ante la bestia. Ante una bestia inteligente, eso sí, que no ve necesidad en soportar la estupidez cuando le resulta molesta y que se aprovecha sin escrúpulos de la estupidez de las bestias, a las que tiene a su servicio. Esta bestialidad no está al servicio de ninguna grandeza (y, por lo tanto, nada tiene que ver con Nietzsche), sino de los egoísmos que depredan y parasitan. The Fat Controller es nihilista: aparenta crear y destruye a través de los que se entregan a la producción, la publicidad y la compra-venta. Crítica social, vamos.

En el segundo libro, Blood Meridian[2] (1983), Cormac McCarthy, con un estilo que quiere emular el épico con repeticiones y una falta total de sentido del humor (pobre épica sin risa homérica), nos presenta a otra bestia inmoral, el juez Holton, una personificación cósmico-terrenal (es decir, acartonadamente alegórica) de la guerra (también en un sentido terrenal y cósmico, claro), un principio universal que se alía, de nuevo, con los malos y los tontos para que el mundo sea mundo. Aquí la crítica es fatalismo, porque pretende ser una descripción del Todo. (Esto de la Guerra parece que es la debilidad de los norteamericanos, como puede apreciarse, por ejemplo, en Point Omega, de DeLillo. Lejos queda Moby-Dick, sin duda).


Sospecho que para crear el personaje del juez Holton, McCarthy tuvo en mente más a Nietzsche que a Heráclito, por ejemplo, para, de nuevo, falsear y meter el miedo en el cuerpo. Holton posibilita un ser/mundo que es destruyendo(se), y guía a los destructores y baila, dios danzarín, con la masa que hace girar el mundo. En esta ocasión, el Fausto es un kid que participa de la destrucción parece que a su pesar y, de alguna manera, transgrede y obstaculiza la libre y necesaria labor de la Guerra, aunque al final, quizás debido al sinsentido que eso supone, cae en brazos del juez Holton (para ser, todo indica hacia eso, sodomizado).

Miedo cerval al ser superior, al ser inteligente que se dedica a llevar hasta el extremo sus posibilidades, como si ser humano fuese ser defectuoso y como si ser superior fuese sólo y siempre un peligro, ser una bestia, un animal con mente humana. Miedo cerval a la masa en cuanto que bestias, animales por debajo del umbral de la humanidad porque no piensan y se quedan en su mentir(se) a toca costa para seguir siendo a cualquier precio. Miedo cerval, en definitiva, al superior y a los inferiores, al individuo y a la masa; eso sí, en una versión sesgada, por no decir falaz. Y por qué no decirlo. Miedo, al fin y al cabo, a la constante relación entre los tontos y los malos. Ahora bien, yo no acabo de ver la ecuación que iguala al malo/listo con el individuo excepcional ni a los tontos/malos con la masa. Como tampoco entiendo que se sea humano por los defectos y las limitaciones.

El tercer libro es The Sound and The Fury[3] (1929), y con Faulkner se acaban las tonterías, se acaban las falsificaciones, se acaban las exageraciones mendaces y las visiones de ciego que hacen de cierta Literatura (a pesar de todas las virtudes de un Self) un arte-facto para generar efectos fisiológicos, como el miedo. Aquí no hay Faustos ni Mefistos; aquí no hay nietzscheanismo ni pseudonietzscheanismo. Aquí hay hombres de carne y hueso. Aquí se sufre, se espera, se sueña, se trabaja, se lucha, se disfruta, se siente y se piensa: se vive todo lo posible. No hay miedo cerval, no: el hombre vive constantemente, de forma serena o desesperada, con lo que es:

“A problem in impure properties carried tediously to an unvarying nil: stalemate of dust and desire” (p. 153).



[1] SELF, Will. My Idea of Fun. New York: Grove Press, 1994.
[2] McCARTHY, Cormac. Blood Meridian. London: Picador, 1990.
[3] FAULKNER, William. The Sound and the Fury. New York: Vintage Books, 1954.

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