jueves, 31 de mayo de 2012

¿Te gusta Vargas Llosa?



VARGAS LLOSA, Mario. La orgía perpetua. Flaubert y Madame Bovary. Madrid: Punto de Lectura, 2011.

Leo La orgía perpetua pasados más de treinta y cinco años de su escritura y tengo la sensación de que da igual, es decir, pienso que si lo hubiese leído en 1975 o si lo leyese en 2025, la impresión habría sido la misma porque el texto se sostiene en esa dimensión que define a la Literatura: la atemporalidad.

La obra es una lección, y no podía ser de otra manera cuando un escritor habla de Literatura y escritores: sus intuiciones y reflexiones siempre irán más allá (serán más exactas y abrirán más horizontes a la creación) que las del más erudito de los exégetas. En este sentido, este libro me recuerda a Nabokov y, por ejmplo, su Curso de Literatura europea.

Y es una lección porque aprendemos sobre Flaubert (sobre el creador, y nos habla un creador que conoce los secretos de la escritura que ningún especialista ni lego lector puede ni imaginar), sobre Madame Bovary (y a través de su análisis aprendemos Literatura: qué significa la obra en la Historia de la Literatura, cuáles son las variables estilísticas y estructurales que todo novelista, las emplee o no, ha de tener presentes, etc.) y sobre el propio Vargas Llosa, por supuesto.


Porque al escribir sobre Flaubert y Madame Bovary, Vargas Llosa está hablando de sí mismo como lector y como escritor: explicita sus gustos y los fundamenta con los criterios que para él identifican la calidad, que son por los que él se rige. Todo esto hace que la obra resulte de una riqueza fascinante e inagotable, y que todo lo escrito en ella posea un valor perenne.

No hay que pensar que hallaremos un monólogo que gusta porque se estará de acuerdo con todo lo que se dice. Ni eso es necesario ni a Vargas Llosa le agradaría, seguro, esa aquiescencia. Las opiniones de Vargas Llosa hacen pensar, y más cuando no se está de acuerdo con ellas, pero su tono, su discurso, la idea de comunicación y diálogo que guía lo que dice invitan no a discutir para tener razón y restar al otro, sino a compartir para sumar y posibilitar.

Si no conociese el mundo (eso que llamamos mundo cuando queremos decir intereses económicos y políticos), diría que nunca entendí que se tardase tanto en darle el Nobel. Entendí los de Pinter y Seamus Heaney, y quién no los entendería. Otros, sin embargo, me dejaron perplejos porque Mario Vargas Llosa se iba quedando sin él. Y algo me dice que en el futuro la pregunta “¿Te gusta Vargas Llosa?” sonará tan sintomática (por estúpida) como aquel alarde de sensibilidad y autoridad que tuve la oportunidad de presenciar una tarde en el Museo del Prado cuando una buena mujer comentó a sus acompañantes: “Pues sí que pintaba bien Velázquez, sí…”.

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