domingo, 15 de julio de 2012

Oblómov, o la educación


Hace poco escribíamos sobre Almas muertas. Pues bien, parece que Goncharov quiso añadirle un capítulo extrayendo de la obra de Gogol uno de sus personajes, pues ¿no es Oblómov un Tientietnikov que ha decidido vivir en la ciudad? Tientietnikov, acordémonos, se despertaba tarde y tardaba de una a dos horas en restregarse los ojos…


[Iván Goncharov. Origen de la imagen: Wikipedia]

Todos conocemos la historia de Oblómov: básicamente, vive de alquiler en casas de las que ocupa y visita un par de estancias, apenas sale y se podría decir que no hace nada, ni siquiera atender las vicisitudes de su propiedad en el campo, de la que tendría que vivir de rentas. Vamos, algo así como un hikikomori de antaño.

Tengo la impresión, sin embargo, de que el objetivo de Goncharov no era la denuncia, a través de la caricatura y la sátira, de la pereza o de una visión idealista de la realidad. En ciertos momentos, Oblómov mueve a la compasión, pero prácticamente nunca a la mofa: le salva del ridículo su lucidez, porque no sólo es consciente de lo que hace y le pasa y de sus consecuencias, sino que además conoce las causas y las posibilidades con las que cuenta para cambiar las cosas. Y esta es la cuestión. Oblómov, alma cándida, es la víctima de costumbres que ha heredado a través de la educación y que sólo le hacen daño a él.

La obra, así, aparece como un tratado sobre la educación, o, más bien, sobre la mala educación. Los que se encargaron de formar al niño finalmente hicieron todo lo posible para crear al alguien tan inútil y soñador como bueno y lúcido, sin fuerzas para abandonar el camino que la costumbre le ha impuesto. Oblómov fue educado para vivir una vida peculiar, alejada del ruido y la furia, y tal vez su sufrimiento se deba más a la incomprensión y casi violencia que algunos a su alrededor ejercen sobre él, que a su propia dinámica y consciencia.


[Portada de la edición rusa de Oblómov. Origen de la imagen: Wikipedia]

En cualquier caso, encuentro en Olga, quien había sido su novia y que termina casándose con el mejor amigo de Oblómov, no sólo la contrapartida psicológica del protagonista, sino el personaje más interesante de la breve novela. Olga quiere vivir, quiere probar, quiere experimentar, y la plácida felicidad y seguridad de su matrimonio la dejan tan insatisfecha que regularmente cae en estados depresivos. Y su marido intenta tranquilizarla con explicaciones absolutamente estúpidas… Desde luego, Goncharov no es Ibsen, y es una pena, porque la novela Olga nos adentraría por otros vericuetos: los de la pasión que no cesa, los que se sustraen tanto a la buena  como a la mala educación.

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