miércoles, 29 de agosto de 2012

Gorki y sus criaturas de comida rápida


Tras la lectura del cuento de Gorki “Criaturas que una vez fueron hombres” queda en el paladar literario cierto sabor agridulce. No estamos, desde luego, ante una obra de técnica y contenido memorables, por decirlo de alguna manera. Sabes que no volverás a leerlo como sabes que después de haberte acabado la hamburguesa en la cadena americana de turno no volverás sobre ella – porque te la has terminado por completo y no queda ni una migaja en el plato de plástico. De vez en cuando caerás en la tentación (o en la dura necesidad) e irás a por otro pedazo de carnaza que engullirás con la delectación propia de lo que se consume sin problemas y rápidamente a la espera (o perdida toda esperanza) de viandas más raras y apetitosas, de esas que te llevan a quedarte mirando el plato como si en su vacío todavía pudieses devorar algo que se te hubiese escapado: un olor, un color, un rastro a partir del cual reconstruir lo comido y el comer.


[Máximo Gorki. Fuente: Wikipedia]

El relato de Gorki pertenece a un tipo de lectura rápida que puede llegar a pasar por cocina de autor. Los personajes son alegorías industriales encarnadas en personalidades apenas delineadas: el buen delincuente, el delincuente malo, el buen pobre, el pobre malo, el rico malo, el tendero mezquino, el pobre culto echado a perder y compasivo, el filósofo de cuneta; poco más. Y las ideas son denuncias que pasan por magras descripciones de injusticias sociales y existenciales: el pez grande se como al chico y si la muerte, de qué vale la vida.

Lo agrio del menú radica en la ausencia de Literatura (porque el mero narrar, aunque sea para encabronar y emocionar, no es Literatura) y en la simplicidad de los ingredientes y de la mezcla. Lo dulce, lo que puede llevar a confusión a los lectores (y esto es lo más interesante de este cuento, de este tipo de cuentos), es que sabemos que realmente hay injusticias y buenos delincuentes y tenderos mezquinos y, en general, criaturas de tal simplicidad que cuesta creer, eso sí, que alguna vez hayan sido hombres.

Tenemos la teoría literaria, las recetas y la disección de los géneros; haría falta, sin embargo, también una teoría de los lectores y de sus tipos. El cuento de Gorki tiene truco, es decir, mensaje, y si la historia ya es un truco, la historia que es un mensaje ya es el truco del almendruco, perfecto para confundir a los lectores que sencillamente se buscan por doquier, convierten cualquier sólido opaco en un espejo y se regodean en su propio reflejo. Porque ¿quién puede afirmar que una hamburguesa en el McDonald’s es algo más que comida, de igual manera que el simple narrar es ese algo más con respecto al lenguaje que es la Literatura? Imagino a comensales con aires de gastrónomos (perdón: de gourmets), y sin medios ni gusto para permitírselo, que con la pretensión de pasar por sibaritas se comen a sí mismos (y quién no se da la razón y se encuentra exquisito) para aliñar sus lacónicas pitanzas y ser tenidos por finísimos connoisseurs.


[Poussin pinta Eco y Narciso, título que podría cambiarse, en muchas ocasiones, por Los amores entre el lector y el libro. Fuente: Wikipedia]

Literatura, lectores y escritores... Por lo general, y para no liarse, valga esta sencilla fórmula: el escritor de Literatura es antropófago y al lector lo deja a solas con sus huesos.

sábado, 25 de agosto de 2012

Frases célebres


Pertenecen las frases célebres al infragénero de la pseudoliteratura llamada “Sabiduría ficción”. Se codean con refranes, adagios, citas y otros pretextos para hacer el idiota sobre la base de la experiencia (esa coartada para sentenciar al devenir) y del saber de oídas (topera de la pereza mental). Y si ahora les dedico espacio y tiempo es porque me persiguen por la calle, las redes sociales (perdón por la rebuznancia) y ese cuento etiquetado como bio-grafía, ya que se me acusa de soltarlas sin ton ni son y, eso sí, sin el ensañamiento de la posteridad.


[Ejemplo de frase célebre en la red social. Se sabe que se trata de una red social porque la frase comienza “Quien este libre”…]

En efecto, las frases célebres me gustan un porrón. Y quiero compartir con ustedes (soy generoso por vocación: también me gustaría compartir mis problemas e incluso mis deudas, pero incluso la falta de egoísmo hay que dosificarla para no caer en el vicio) las que más me pirran, las mías.

Las apariencias no engañan. Habrán oído todo lo contrario. Error. En primer lugar, ¿tenemos algo más que las apariencias, lo que aparece? Bien, reconozco que los kantianos tienen el noúmeno, pero debido a que no conozco a ningún kantiano, en buena lógica niego la existencia del noúmeno. El resto, los que a/penas existimos, hemos de conformarnos con lo que aparece, y lo que aparece jamás engaña: lo que puede llevar a engaño es la sospecha de que lo que aparece parece que aparece, sospecha que aborta la aparición, el desvelamiento de lo que es, la mayor parte de las veces porque estamos desvelados por nuestros deseos, dormimos demasiado despiertos y este insomnio sin noches deviene en traspieles y eternidades. Lo que engaña, en definitiva, es la interpretación que ficciona ausencias, presencias y otros fantasmas de esa casa de empeños que es el cerebro, usurero que por interés hace ver oropeles en el oro.

La carne es fuerte. Porque, ustedes estarán de acuerdo, quien diga que la carne es débil, una de dos: o está anémico perdido y carece de la experiencia de su cuerpo en la plenitud de su fuerza, o al cuerpo le pide que no sea lo que es y que sea lo que no es. Sin duda, al cuerpo se le puede castigar para que no desee, para que no sienta apetitos; o se le puede intentar convencer (con argumentos tipo cadenas, cepos y celdas) para que no inicie su acto torpe hacia lo apetecido; o de que algo o todo es malo: él mismo, el desear y lo deseado. Pero la historia de las órdenes y los órdenes demuestra que todo es inútil, que no se ha avanzado ni un milímetro hacia la espiritualización de la carne, como tampoco en la obtención de peras de los olmos. Solo hay que estudiar el Enchiridion Symbolorum, ese compendio de antropología llamada cristianismo, para comprobar que la carne es fuerte.


[Ejemplo de frase célebre, que no conoce ni Dios, adjudicada a quien no la ha dicho]

Pobre, luego honrado. Esta celebérrima frase no necesita de muchas explicaciones. En mi pueblo se dice que nadie se hace rico trabajando. Este dicho tampoco requiere de amplias demostraciones. La propiedad es un robo, la economía es la gestión de la pobreza, poderoso caballero es don dinero: la honradez de los que somos pobres queda garantizada por nuestra incapacidad para robar.

La duda honra. ¿No es cierto que en el caso de que yo desee dedicarles un elogio lo mejor que puedo hacer es hacerles pensar, pues eso significaría que confío en que piensan? ¿Y no es menos cierto que la duda obliga a pensar? Por lo tanto, hay más verdad en la ofensa de quien asiente que en la honra de quien duda. ¿Sí o no?

Triste pero falso. La costumbre, esa segunda naturaleza, nos reviste con las sedas de la certeza. Esto no tiene nada que ver con lo que quería decir, pero así ha salido. La verdad, a pesar de lo que se rumorea en los bares y en los libros de filosofía, no es ni fea ni triste. Lo feo y triste es que no sean verdad más mentiras. En efecto, hay poca verdad suelta y, avergonzada (lo peor no es ser el primero ni el último, sino el único), la verdad se camufla de mentira o fallo para que no la confundan con lo que es y la encierren y aherrojen acusada de escándalo público (delito llamado, en la técnica jerga jurídico-legal, alegría y belleza). Sin embargo, es la mentira la que entristece cuerpo y alma: la mentira de la civilización, la mentira de la familia, la mentira de la educación, la mentira de la moral, la mentira del conocimiento, la mentira de la tristeza de la verdad. De la misma forma que es triste que sea falsa la utopía, el sueño, la ilusión y la mentira de la tristeza de la verdad.

martes, 21 de agosto de 2012

La polla de Juan y el coño de Irene


No el erotismo, no, ni la pornografía, tampoco; ni siquiera la Literatura erótica o pornográfica (si tal cosa existe). La palabra y el cuerpo, la palabra-ojo, la palabra-mano: la palabra-cuerpo y la Literatura ese espacio lleno de la piel que se extiende de cuerpo a cuerpo en una inmediata impresión/expresión que en la oscuridad del tacto con-funde tú y yo en un continuo material de intensidades que en la duermevela de las sensaciones sin más disuelve la in-diferencia en un tú y en un yo lúcida y abismalmente entregados, desde su tensa mismidad, a la mutua imbricación en la membrana tersa y una, anfibológica y polisémica, de todo lo que vibra y se estremece y así lo siente.


Eso es lo que hace Louis Aragon en Las aventuras de Don Juan Lapolla Tiesa y en El coño de Inés: es igual la parodia; es igual la imaginería; como es igual la técnica, el estilo, o la crítica, la filosofía y la poesía y el surrealismo. Da todo lo mismo, al final: se diría que Aragon domina las palabras para dejarlas en plena libertad, desencadenadas de la Literatura y sus eslabones de órdenes y estructuras, como si la Literatura hiciese el amor consigo misma para deshacerse en palabras que son sonidos que son contactos anteriores a la mínima célula, al círculo ya de mera existencia mística que ahora queda pulverizado, desnudo de conceptos y sueños, en los adimensionales sonidos que no nombran, no designan, no metaforizan, no remiten, no llevan, no destinan, que son las palabras que son las sensaciones que son las cosas. La palabra es la polla y la palabra es el coño, y viciopluriversa la escritura, ese tocar(se) sobre el mudo yunque del silencio vibrátil: la palabra-ojo de cerradura, y el ojo-mano, y el trazo-éxtasis.

Se rozan aquí las pieles en su ser concéntrica diana, cebolla siempre desnuda de núcleo, pleno centro por doquier: el lóbulo frontal, una yema excitable; los labios, terminaciones omnicomprensivas; las palabras, la densa noche del posible ser sentido posible, de principio a fin, sin principio ni fin.

viernes, 17 de agosto de 2012

El consolador filosófico


¿Realmente la filosofía surgió como búsqueda del saber a qué atenerse para poder orientarse en lo dado y en lo posible de manera que el hombre pudiese optar a través de esa libertad que es el cálculo o razón entre incertidumbre y predictibilidad, con saldo a favor de la segunda, a aquello que le reportase de manera más bien segura las condiciones para durar, y poder querer seguir durando, según sus deseos? ¿En verdad la filosofía apareció como método, estrategia y táctica para la obtención de la paz, la comodidad, la felicidad, la satisfacción, el orden? ¿Y será que a todo eso se le llamó ser, conocimiento, verdad? Si esto fuese así, no queda más remedio que reconocer que los filósofos tuvieron la brillante idea de sembrar a ciegas, al azar, unas semillas que si bien se pretendían las del fundamento, la certeza, la constancia y la hospitalidad, resultaron las de la duda, el peligro, el empezar de cero y lo intempestivo. Quizás de ahí que con el tiempo la filosofía renunciase al suelo, volado por los aires, y buscase el consuelo, el ser soterrado, bajo capas y capas de tiempo y verbos, hundido en las catacumbas del debería-ser, del hay-que-ser, del si-fuese, de manera que la irreal semilla del comienzo, muerta por no ser, perpetuase a través del error la añoranza de lo prefilosófico: el interés.


La consecuencia no puede ser otra que la posición ancilar de la filosofía con respecto a amos tan fuertes como la estupidez o el egoísmo disfrazados de ética, moral o teología. De Tales a Boecio hay el abismo que distancia el anonadamiento en la physis de la concentración en la salvación. En este sentido, la obra de Ibn Tufayl, El filósofo autodidacto,[1] supuso una vuelta de tuerca en busca del consuelo. La filosofía “verdadera” sólo es posible para los que como Hayy son robinsones en el mundo de los sentidos y la razón, ambos suficientes para saber que no se sabe nada y, por lo tanto, insuficientes para lograr la felicidad (también llamada verdad). La filosofía, entonces, parte de cero, sí, pero para volver a aquel punto de partida de la búsqueda de la seguridad, si bien ahora con el no-saber acumulado en el tiempo que ha volatilizado la fe en la lógica y en el lenguaje: la filosofía se destruye para recrearse como umbral hacia lo extático e inefable, hacia ese no-mundo, esa meta-physis en la que devenir e incertidumbre quedan abolidos a favor de lo segurísimo ajeno a toda corrupción.

Sucede, sin embargo, que aquellas semillas no elevaron sobre el mundo árboles, y por lo tanto no pusieron bajo tierra raíces, y tampoco escanciaron sobre el suelo acogedoras sombras, y, así, la filosofía no fue hospedería ni hospital en los que encontrar reposo, sosiego y cura: fue un viento que se cuela por las ventanas para desordenar los papeles de tu escritorio, que te asalta por la calle para despeinarte las neuronas, que se enfurece y te enfurece y que arrasa calma y serenidad, que no te deja descansar y que te convierte en el peligroso vagabundo de las hipótesis, ese que no tiene nada que perder ni ganar.

lunes, 13 de agosto de 2012

Maupassant, la herencia y el temblor


Para algunos, lo único que salva a Rousseau de más de un descrédito fue su voluntad de rechazar herencias, como si le diese asco que la pena por el ser querido se viese ensuciada por la alegría de un alimento ascendido, cual maná inverso, de un cuerpo en descomposición.



[Guy de Maupassant. Origen de la imagen: Wikipedia]

En Pierre y Jean, Maupassant hace de una herencia el comienzo de la descomposición, una descomposición larvada en el secreto de la corrupción, secreto que mantenía el cadáver de la familia en casi perfecto estado de salud. La herencia llega para ponerle a cada miembro su máscara trágica: la extrema justicia se revela extrema injusticia, y las dormidas iniquidades despiertan para que se restablezca el orden.

Una vez que se abandona el orden, transgresión que viene a restablecer el orden desordenado por una coincidencia no caótica sino calculada, toda medida es un exceso: la lucidez se convierte en locura, el amor, en daño y desvergüenza, y el bien, en vitriolo. Maupassant le da la palabra a los cadáveres enterrados en la fosa, en las conciencias y en los cuerpos para que el temblor encuentre su salida del mundo de fantasmas, que vegetaban ajenos al mecanismo de la herencia puesto en marcha en el origen de su ser, y se manifieste en el desmedido castigo del inocente culpable, especie de Caín muerto por Abel, de no ser el heredero sino del prestar testimonio, con su sacrificio, del error que esencialmente es por haber nacido.


[Firma de Maupassant. Origen de la imagen: http://www.deewhybooks.com.au/directory/signatures.cfm]

Así, Maupassant nos desvela el bestial mecanismo de toda herencia, ese animalesco truco civilizado, y fallido, que bajo la apariencia del legítimo interés (conservación y perpetuación) deshace todo espejismo de solidez y deja en su lugar un temblor que afecta por igual a la moral y al corazón, síntoma de originarios males que se remontan, quizás, a la falta de ser.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Ajedrez en “Almas muertas”


Que en Rusia el ajedrez siempre ocupó un lugar privilegiado parece evidenciarlo la novela de Gogol Almas muertas, publicada en 1842. Ahí, el ajedrez aparece como pieza narrativa en tres ocasiones.


[Pyotr Sokolov. Chichikov visita a Nozchev. Origen de la imagen: Wikipedia]

Encontramos la desopilante partida que intentan jugar Chichikov, el pícaro comprador de almas muertas, y Nozchev, el empedernido mentiroso. Este último desea jugarse sus almas muertas a las cartas, pero Chichikov, que lo conoce bien, se niega. Al final, Nozchev lo convence sobre la base de que en el ajedrez no hay cabida para la suerte ni las trampas, pues todo depende de la habilidad. Con este lógico argumento, empieza una partida en la que, al tercer movimiento, el puño de la manga de Nozchev desplaza una de las piezas en el tablero… Acto seguido, Chichikov descubre una insólita pieza entre las damas… Escaldado por su ingenuidad al haber cedido a jugar contra Nozchev, Chichikov se niega a seguir la partida. Nozchev, furioso, lo acusa de “estratega”, a lo que Chichikov responde dando por zanjada la partida: se acerca al tablero y revuelve todas las piezas. Con Nozchev todo termina igual, es decir, como el rosario de la aurora, y Chichikov se salva de milagro de recibir una buena paliza. Más adelante en la novela, vuelve a encontrarse con Nozchev, quien, por supuesto, afirma no guardarle ningún rencor a Chichikov, ya que fue él, Nozchev, quien había ganado la partida…

Si a través de las trampas Nozchev desvela al ajedrez como un juego más, el Jefe de Policía, ese sutil mafioso, convierte el ajedrez en parte de su táctica social para robar y contentar a sus “protegidos”. En efecto, una de las técnicas del Jefe de Policía consiste en prometer pasarse por las casas de sus conciudadanos para jugar una partida. Y esto también nos habla de lo extendido que ya estaba el ajedrez entre gentes de toda condición social.


[El "algo" tramposo y marrullero Nozchev. Origen de la imagen: Wikipedia]

Por último, Tientietnikov, exponente de la pereza somnolienta, por la mañana juega una solitaria partida de ajedrez, igual que se restriega los ojos y se fuma una pipa, como parte de ese ocioso no hacer nada que le mantiene siempre ocupado. El ajedrez es aquí, entonces, un pasatiempo, un matatiempo, pero no de escaso valor, pues cuando Chichikov se instala en su casa, lo que más aprecia de su invitado es que sabe estarse callado y jugar al ajedrez.

Gogol nos enseña, así, tres aspectos del ajedrez: su naturaleza meramente lúdica, su carácter social, y ese profundo secreto que entraña y que expone al hombre contra sí mismo y contra el paso del tiempo.

jueves, 2 de agosto de 2012

Open letter to Oscar Wilde: An answer to "De Profundis"




Dearest Mr. Wilde,

After giving it lots of tormented thought we decided to write to you. We have just read your terrible long letter to Bosie, your Greek statue of alabaster, your little devil, the one who brought about your ruin. Your words, whatever mood they display, are exquisite, but on this occasion we must say we believe you use far too many, and even more numbers!

We don’t forget you are in prison (weren’t you a prisoner handcuffed by your shallow blonde lover two years ago?), exhausted, full of bitterness and scorn. You are suffering incredibly, you are alone and estranged from everything that is beautiful to the senses and could alleviate your grief. You have had terrible losses: your reputation, your beautiful books and objects of decoration, your mother, your sons. You are weak and sorrowful now.

For two long years you have been waiting for a letter that never came, a single line would have been bliss to you. But the boy was busy enjoying life and had no time for you. He only wanted you on a pedestal, not ill, not fallen. You have experienced the greatest sorrow and would like to transmit that lesson to him, but why, why? He always caused you sorrow, but also joy, and you adore him. You needed someone like him to be yourself and meet your destiny. You know you’ll go back to him as soon as he snaps his fingers. Why reproach him once and again the awful wrongs he did to you? He was a spoilt brat and you knew it soon. He cared about no one but himself. He gave you nothing but orders: now I want money, now take me on a trip, pay for the best champagne for me and my friends, and you obeyed every time. There was nothing else you could do, for you loved him madly and his pleasure was your pleasure. Your time, your generosity, your care, your possessions, your genius were all for him and he took them as nothing, as if it was a right to him, and not once did he say thank you. He paid you back with his charm and this fascinated you, did it not? (Please, forgive our bluntness…).

We believe every single word you say and understand you deeply. We, your readers, don’t think you are trying to get even by ruining the boy’s reputation (he is doing a great job at it himself), we believe that you needed to have your say after such long silence and so many hours of loneliness filled with dark thoughts and memories. And (perhaps?) you were reminding him you were about to be free again and could meet him soon?

Your letter contains some delightful passages when you stop talking about the boy and write about Christ and sorrow and life and art. Artistic minds need to realize ideas to make them beautiful, you say. The boy helped you in this task, both in your art (although he never let you write when he was about and demanded all your attention), and in your life, where you wished to put your genius. In a way, we have to forgive the little scoundrel.

“The supreme vice is shallowness. Whatever is realized is right”.

Our deepest sympathy and admiration, Mr. Wilde.


Click here to read Bosie's answer to this letter: