martes, 9 de octubre de 2012

Ajedrez, poder y poesía


Dentro de la “Historia del envidioso”, dentro de la historia del segundo calenda –hijo de rey-, dentro de la historia de los tres calendas y las cinco damas de Bagdad, dentro de la historia de Scherezade, dentro de la historia de los hermanos Schahzenan y Schahiar, leemos:

“El príncipe ordenó después que le trajeran un juego de ajedrez y me preguntó, por señas, si sabía jugar y si quería jugar con él. Besé otra vez el suelo, me llevé la mano a la cabeza y le indiqué así que aceptaba tal honor. El Sultán me ganó la primera partida, pero yo gané la segunda y la tercera. Sin embargo, al notar que este le disgustaba, para consolarle, le hice un cuarteto y se lo entregué. En el verso le decía que dos poderosos ejércitos, que habían combatido desde la mañana a la noche con ardimiento, hicieron la paz y durmieron tranquilamente sobre el campo de batalla” (Las mil y una noches. Madrid: Editorial AHR, 1963, p. 147, traducción de Francisco Narbona).


[Ejemplo de la poderosa combinación ajedrez-poesía]

Fue atrevido el calenda, en ese momento convertido en mono, al no actuar como un pusilánime: cuando se juega con el poder siempre hay que ser consciente de que lo más probable es que estemos tratando con una especie de niño con una pistola y licencia de armas. Claro que ante el poder no hay disimulo ni subterfugio que valga, que garantice seguridad, y la misma actitud servil puede conducir al desprecio y la caída en desgracia. Las leyes del poder son las del privilegio. De ahí que el atrevimiento del calenda sea más una inteligente ausencia de estrategia y afección que, al fin y al cabo, no parte de la premisa de ser más poderoso que el poderoso, tan astuto como para saltarse su poder y aprovecharse de él. Si fuese así, el calenda habría sido cualquier cosa menos inteligente y habría quedado expuesto a su propia estupidez (la idea de llegar a ser más poderoso que un poderoso, lo que equivale a creerse, por ejemplo, capaz de mezclarse con la mafia y tomarles el pelo, y quien dice mafia, claro, puede decir Estado, banca, etc.) y a sus consecuencias, pues toda estrategia que la presunta astucia utilice como ley para vencer los privilegios del poder se parece, en definitiva, a lo que hacían aquellas gallinas del experimento que picaban en botones tras haberse encendido unas luces porque habían tenido cierta experiencia exitosa y habían concluido por convertir aquel mecanismo en cuestión de ciencia y fe, cuando ya los científicos habían programado la máquina para que la comida fuese expendida al azar, es decir, como a ellos les venía en gana.

El calenda se expone a la ira del poderoso que es derrotado sencillamente porque no puede evitar jugar mejor al ajedrez. Ahora bien, ¿cómo soluciona los problemas que acarrea la justicia en el reino del capricho? No con razones ni mentiras, sino con placeres: el poema del mono calma a la bestia del hombre.

2 comentarios:

  1. Una entrada maquiavélica. En lugar de El Príncipe, "El Súbdito".

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  2. Estimado Enrique:

    A raíz de tu comentario he vuelto a leer el texto y he encontrado cosas que se me habían pasado inadvertidas cuando lo escribí.

    En efecto, la entrada me parece maquiavélica en el sentido más literal, pues en "El Príncipe" lo que hace Maquiavelo es enseñar al poderoso a huir de los extremos: ser odiado (lo que mueve a la venganza) y ser despreciado (lo que mueve a la desobediencia); para optar por ese principio de humanidad (válido para príncipes y súbditos) que se llama hacerse respetar. En este sentido, el calenda se comporta incluso como un príncipe, pues afortunadamente huye de puntos de vista condenados al fracaso como los de La Boétie, y de marasmos ideológicos sobre el poder como los de Foucault. Su poder radica no en querer más poder, como diría Nietzsche, pues eso es siempre constante e inevitable para todos, sino en gestionar ese poder de manera lúcida: ser justo para con la propia valía puede generar problemas, pero si se decide ser humano, habrá que obrar con la lucidez correspondiente. Al fin y al cabo, en un mundo caótico no queda otra que jugar, pero se puede jugar con dignidad (para mí, sinónimo de inteligencia, no de astucia ni picaresca ni resignación ni torpeza) y, al fin y al cabo, jamás hay garantías de éxito, aunque sí muchas probabilidades de fracaso si se intenta ser más rastrero que el poder rastrero y eso se lleva a cabo con aires de grandeza.

    Gracias por esta oportunidad para seguir pensando.

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