miércoles, 17 de octubre de 2012

Sherlock Holmes tropieza con una bicicleta


CONAN DOYLE, Arthur. “La aventura de la ciclista solitaria”, en Aventuras de Sherlock Holmes. Madrid: Club Internacional de libro, 1993, pp. 165-85. Traducción de ?


Los protagonistas de las novelas detectivescas suelen cometer errores y eso hace que caigan bien, como, por lo demás, sucede con la gente de carne y hueso. Esos errores son de dos tipos: o puntuales, en el transcurso de las investigaciones, o generales: errores de carácter, a veces auténticos vicios, que en lugar de menguarlo, incrementan su atractivo.

Es raro ver cometer errores de bulto a Sherlock Holmes. Me consta que hay lectores tan honestos como para no dejarse llevar por el imperativo del gusto mayoritario y confesar que Holmes muchas veces les cae mal. Probablemente ese era el objetivo de Conan Doyle cuando ideó al personaje, como para compensar la irrealidad de las consecuencias de las facultades del detective con la realidad que hace que alguien con una inteligencia y una praxis superiores a la media se sienta soberbiamente orgulloso de eso y caiga mal a los mediocres, tal vez movidos por el miedo a lo incontrolable, miedo que se convierte en odio y desprecio gracias a ese mecanismo de defensa que parte del placer de tener razón.

De ahí que “La aventura de la ciclista solitaria” resulte un bálsamo para las heridas narcisistas. Porque en este cuento Sherlock no da una. Ya al comienzo advierte Watson que se trata de un caso sin apenas importancia en el que su admirado Holmes mete la pata hasta la corva. Y así es: Sherlock Holmes se dedica a criticar a su amigo, a meterse en peleas tabernarias, a adivinar a posteriori lo que adivinaría un lector de cinco años, y a hacer de simple gendarme. Lo cierto es que no se puede hacer peor.

¿Por qué, entonces, “funciona” el cuento de Conan Doyle? ¿Por qué se lee con agrado a pesar de la pésima traducción, de la estúpida trama, de la carencia de brillo de los personajes, y del predecible final, lo que en principio tendría que suponer el suicidio para una pieza detectivesca? Pues pienso que el texto se lee con auténtico placer porque posee esa calidad literaria que no precisa del efectismo de la psicología del lector rencoroso, ni de la fisiología de la sorpresa y el susto, ni del escabroso prurito del cotilleo. El cuento está bien escrito. ¿Qué más necesita? Y, con todo, aquí estamos dando explicaciones…

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