jueves, 28 de febrero de 2013

El bosón de Higgs por Sean Carroll


CARROLL, Sean. The Particle at the End of the Universe. London: Oneworld Book, 2012.


Da gusto encontrarse con libros como este. Sean Carroll (http://preposterousuniverse.com/self.html), físico teórico en Caltech (California), donde investiga sobre cosmología, teorías de campo y gravitación, es también autor de From Eternety to Here, obra que todavía no he tenido el placer de leer y que pondré en mi larga lista de espera. La partícula al final del universo gira alrededor del 4 de julio de 2012, cuando se comunicó el descubrimiento en el LHC de una partícula que podría ser el bosón de Higgs.

Carroll no solamente insiste en la importancia (para la ciencia y para la humanidad) de este descubrimiento, que explica con razones físicas y motivos históricos, sino que aprovecha – por rigurosa necesidad – para narrarnos la historia de los monstruosos aceleradores y "colisionadores" de partículas, así como de las personas que han trabajado y trabajan, dedicando por completo sus vidas a la tarea, en la búsqueda de los elementos que constituyen el universo observable, y, además, nos ilustra con los rudimentos básicos de física (partículas y fuerzas elementales, Modelo Estándar, teoría de campos, etc.) para que entendamos lo mejor posible la relevancia del descubrimiento del bosón de Higgs en particular, y de la búsqueda de la física de partículas en general. Y lo cierto es que consigue todos los objetivos: formar, informar, narrar una historia y pintar los retratos de sus protagonistas, y entusiasmar.

Reconozco que al principio el estilo de Sean Carroll me pareció demasiado periodístico (en el peor sentido de la palabra), pero sospecho que de alguna manera contempló advertencias editoriales (quizá como le sucedió a Lederman con su taquillero apodo del bosón de Higgs, la Partícula de Dios: “the publisher wouldn’t let us call it the Goddamn Particle, though that might be a more appropriate title”, p. 20), además de buscar la proximidad y la atención del público. Al final, Sean Carroll demuestra que se toma en serio la tarea de comunicar ciencia a los no especialistas, y se nota en que lo consigue sin hacer concesiones al efectismo, siempre grosero por insultante.

Prueba de lo que me parece una inteligencia clara que no está dispuesta a agarrar el burro mientras otro lo ordeñan, es su respuesta a la tétrica pregunta de qué interés puede tener, para qué sirve una investigación que, por decirlo de alguna manera, no terminará materializándose en un crecepelo, una lavadora o un móvil:

“We don’t have to learn how to become interested in science – children are natural scientists. That innate curiosity is beaten out of us by years of schooling and the pressures of real life. We start caring about how to get a job, meet someone special, raise our own kids. We stop asking how the world works, and start asking how we can make it work for us” (p. 13).

Porque lo que realmente nos mueve es la curiosidad: “We’re looking because we are curious” (p. 15).

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